martes, 28 de octubre de 2014

Una lectura para reflexionar


Sobre los duelos interiores y las fortalezas humanas

Por: Eleana Sequera 



Siempre, desde que nacemos, vamos teniendo una idea de lo que significa morir. La mayoría de las veces se pasea sigilosa, nadie la ve venir, y cuando llega arrebata lo más preciado: la vida, y con ella se van sueños, proyectos y voluntades. Si no existe preparación o ayuda para superar la muerte, esta puede calar más de lo esperado en la persona que pierde a un ser amado. Sobre ella hay algo seguro: Llegará cuando menos se espera ¿Está preparado?

Características de maldad son acuñadas a la muerte, que arrasa con quienes amamos y con nosotros mismos. Probablemente sabrá si está preparado para superar la ausencia de un familiar cuando le toque despedirlo para siempre. Sin embargo, conocedores hablan de trabajar con nosotros mismos para que la experiencia no nos detenga en nuestro tránsito por la vida.

La manera en cómo confrontamos la partida de un ser querido es cultural, y aunque parezca bizarro para el entendimiento cristiano, hay quienes celebran la muerte por representar un paso para reencarnar, o “transmigrar” a otro cuerpo, como piensan budistas e hinduistas, respectivamente.

La práctica constante de estas costumbres hace que se afronten las pérdidas de manera distinta, pero para una persona de cultura occidental, el duelo que generan puede ser devastador. No por menos se conocen casos de depresión, demencia y suicidios, en los casos más lamentables.

La causa de muchas de esas situaciones es la negación. El psicólogo Leandro Cardozo, explica que esta es la primera fase del duelo, y que el no aceptar que una persona ha muerto retarda la recuperación y trastoca la vida que se llevaba antes del deceso.

Para los que profesan la fe cristiana, “la muerte es un hecho difícil de aceptar. Para los que tenemos fe, la muerte es un paso a la vida eterna (…) Para los que no tienen fe, la muerte es horrible, que te aplasta, que no te deja ser feliz”, asegura el vicario de la Basílica Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, José Domingo Alvarado.

Varios cambios de conducta podrían hacer que se encienda la alarma en una persona que no tiene las herramientas para superar la muerte de sus padres, pareja o hijos, siendo esta última la más difícil de superar, según la literatura psicológica, destaca la especialista en terapia de duelo, Egledis Zerpa.

Los especialistas explican que hay tiempos prudentes para atravesar la etapa de depresión y dolor que causa la muerte, si se extiende más allá, se hablaría de un “duelo patológico”. 
Egledis Zerpa, especialista en terapia de duelo, indica que en el caso de los niños, se recomienda que participe en las actividades funerarias, para que entienda qué es la muerte, pero se debe explicar de un modo distinto. “No se debe decir que la persona duerme”

Cardozo, quien aplica terapias en el Centro de Orientación Familiar (Cofan), afirma que una persona que esté preparada para superar la muerte, tendría un duelo de aproximadamente dos años. Esto sin dejar de hacer las actividades que normalmente hace, aunque tenga nostalgia y decaiga en algunos momentos.

“Luego de seis semanas en absoluta depresión podría considerarse que una persona tiene un duelo patológico”. La situación implicaría que no haya deseos de comer, de bañarse, o siquiera hablar.

Zerpa coincide con Cardozo en que si no se recupera de manera “normal” hay serias afectaciones en la persona y en la manera en cómo se desenvuelve. “Una persona que no supere el duelo, puede manifestarse rabiosa, frustrada, desinteresada, deprimida, ansiosa. Si tiendes a ser ansioso, se te dispara por allí, es decir, se manifiesta por donde la persona es más débil”, y por supuesto, esto afecta las relaciones personales, sociales y laborales de la persona. 
Según la psicólogo clínico, Josymar Chacín, la depresión crónica por un luto patológico, sería comparable a “morir en vida”. “Hay personas que continúan su vida, pero su alma está totalmente destrozada, y es posible revivir”.
Por su parte, Cardozo agrega que en el caso de que se trate de un grupo familiar el que llore la pérdida, una de las consecuencias de no sobreponerse es el aislamiento en función del duelo. En ese sentido, dice que son recomendadas las terapias de familia y hablar del dolor, pues se tiene la falsa creencia de que es mejor mantener el silencio en torno al tema. “El dolor es natural, el sufrimiento es opcional”, asegura Cardozo, quien argumenta lo dicho con que hay personas que no superan la partida de un ser querido, y que en ocasiones se “decide sufrir”.

¿Cómo llegamos a esto? “Metiendo el dedo en la yaga, revolcarnos en el dolor, en el recuerdo de lo bonito que pudo haber sido, y guardando las cosas”. Estas son prácticas que podrían retrasar la recuperación. 
Leandro Cardozo cree que “desechar” erradas creencias sobre la muerte, ayuda a superarla

Ayuda más, dice el terapista, cuando donamos los objetos que beneficien a oro. “Mantener el legado, es decir, no las cosas del difunto, sino lo que sembró”, o si hubo una tradición o enseñanza que se pueda seguir practicando.

En cuanto a la terapia, parte de ella se trata en “desmontar las ideas erradas” sobre la muerte. Explica Cardozo. Esto implica trabajar en que la persona entienda el fallecimiento como un proceso natural del cuerpo, y que es falso que “no morimos, no me va a fallar, me está viendo. Esas son creencias que tenemos que desechar”.

Asimismo, el psicólogo destaca que “cuando fallecemos quedamos como dormidos, dice la Biblia, los que se van no tienen nada que ver con nosotros”. 
Estas creencias dan pie a otro punto: “En Venezuela no se prepara a las personas para la muerte”, y esta falta de cultura sobre ello arrastra indefensión psicológica para superar un evento de esta índole, dice el terapista.

“A la gente no le gusta ni que toquen el cuerpo”, dice el psicólogo, y en ese sentido, se pierde la oportunidad de que los órganos en buen estado que tiene el fallecido, sirvan para salvar o beneficiar a otro ser vivo. 
Josymar Chacín considera que educar sobre las pérdidas es importante para la sociedad

Chacín cree que ciertamente hace falta educación en el país sobre cómo afrontar los duelos. “Hay que trabajar de manera educativa. No hay cultura para lo que significa perder a un ser querido. Señala que nos enseñan que existe un proceso evolutivo, pero que “lo único seguro es que vamos a morir y a perder”. 
En los colegios deberíamos demostrarle a los niños, pues su forma de actuar ante los problemas y ante las pérdidas podría ser otra, porque incluso el adulto llega a tener niveles de estrés porque piensa que las cosas no van a terminar y los conflictos los ponemos más grandes porque no sabemos lo que es realmente la vida.

Tener preparación facilitaría encontrar el “punto medio” en el duelo, según Cardozo: Vivir el dolor, recuperarse de la pérdida en su primera fase, y aproximadamente en dos semanas la persona estaría reincorporándose a sus actividades. 
Psicólogos y terapistas del duelo coinciden en que la dimensión espiritual del ser humano –la religiosidad entre ellas- ayuda en gran manera a superar la muerte. “Cuando una persona tiene una fe madura, estos acontecimientos llevan al encuentro con Cristo, pero no sin sufrimiento”, dice Alvarado.

Es decir, hay asistencia del Espíritu Santo para los que sufren, dice el vicario, quien afirma que “Dios da gracias especiales para quienes se enfrentan a esa situación, las gracias las da a quien las quiere recibir, no violenta al ser humano”.

El catolicismo encuentra en su fe la explicación al por qué le cuesta al ser humano aceptar lo inevitable. “No fuimos creados para la muerte. Dios no creó la muerte. Fuimos creados para la inmortalidad, y la muerte entró a la vida del hombre por el pecado. Por eso es que nos cuesta tanto asimilarla”.

Es precisamente en el pilar de su fe, Dios, es en quien puede confiar sus penas, y quien permite que incluso los fieles se preparen para su muerte. El catolicismo, dice, tiene maneras de educar a la gente para cuando llegue el día -que admite es indecible para algunos. “Me dicen: Padre, no hable de eso, que es pavoso”. 
José Domingo Alvarado, vicario de la Basílica, invita a reflexionar al terminar el día

El vicario recuerda uno de los últimos llamamientos del Papa Juan Pablo II: Revisarse diariamente, hacer un examen de conciencia, pedir perdón a quienes le hicieron mal. Cuando duermes te abandonas en los brazos de Dios, y no sabes si te vas a levantar (…) El sueño es un ensayo de la muerte, no tenemos ninguna certeza de que vamos a amanecer vivos”.

Es por ello, que el cristiano da gracias a Dios por un nuevo día, y termina el día poniéndose en sus manos para que le otorgue una “santa muerte”.

Al respecto, el presbítero hace una recomendación: Tratar el tema de la muerte sin tabú. “Pues se mueren, nos morimos, y en algún momento de la vida vamos a enfrentar la situación”, pero reitera que es la fe lo que permitirá afrontarla.

“Siempre la muerte es una palabra de Dios. Es un gran servicio el que nos hace la muerte, pues nos hace centrarnos, jerarquizar las cosas importantes de la vida. Nos afanamos en las cosas materiales, en hacer dinero, consolidar proyectos, darnos placer, en afectos. Viene la muerte y nos dice ¿De qué sirve tanto afán?”.

Esta reflexión del padre sacude, y recuerda que nadie sabe si tendrá un mañana. Aunque no comparta sus dogmas, “irse en paz” da bienestar y beneficio a quienes quedan sobre la Tierra, pues evita que el sufrimiento sea mayor. Además, en definitiva viviría mejor si entendiera que la vida es uno de los estados más delicados del cuerpo, que es efímero y sin fecha segura de expedición.

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